Sunday, September 14, 2008

Mi compa me recuerda algo esencial, antes de dejar el país, vivíamos en una misma ciudad, que en realidad, es un conglomerado de muchos rincones. Los dos nos sentíamos identificados con ese lugar. Los jardines, las plazas, las librerías le daban sentido a un espacio ocupado por autos, camiones, casas, gente. Un lugar agreste, que en ese entonces, pensaba que era una selva de concreto, y que ahora estoy convencido que más bien se trata de un desierto de concreto. Quizá los efectos del cambio climático, no eran tan obvios en ese entonces, o quizá simplemente, no había meditado lo suficiente acerca del asunto. Por muchos años fui un ferviente adorador del concreto, y le tuve miedo y pavor a la naturaleza. Pero, esa es otra historia que no viene al cuento. Ahora, lo importante es recordar la existencia de esa ciudad, con sus contrastes Norte-Sur, Este-Poniente.

La verdad, yo no conocía mucho de la ciudad, no tanto como mi compa. Conocía mis alrededores, lo más cercano a mí, pero quizá desgraciadamente, no fui muy vago entonces. Me concentraba en la escuela y en el hogar pequeño de una familia minúscula, residuo de lo que fue un matrimonio. Vivía sólo con mi madre y la lucha cotidiana, era una lucha de dos. Fue una época dura y feliz, al mismo tiempo. Lo maravilloso fue la cercanía con mi madre, las constantes pláticas y dialogos entre nosotros. Lo maravilloso fue el no tener tele y todas las tardes y noches poder platicar acerca de lo que nos ocurría. La confianza que nos fuimos construyendo todavía resplandece en mi memoria.

En ese entonces, no imaginaba cómo iba a ser el futuro, no me veía partiendo a otro lares, pero tampoco veía que en esta ciudad hubiera espacio para mi. Tenía, en los últimos años de mi carrera, un ansia de huir lejos.

Habíamos durante varios años, mi madre y yo, librado una batalla contra la carestía. Nunca nos quedamos sin comer, gracias a su trabajo, cuando había un poco de dinero extra, lo utilizabamos para invertirlo en comida, comprando grandes cantidades de latas, pasta, semillas y en fin, todo alimento no perecedero que se pudiera guardar por algún par de meses. Hicimos rendir lo mejor posible el dinero, cuando se pudo, mi madre vendío miel, gelatinas o tortas en su trabajo.

Creo que desde ese entonces, me nació el gusto por cocinar, yo hacía las tortas de jamón y de queso de puerco con una embarrada de frijoles y mayonesa, también ayudé a la preparación de gelatinas con sabores naturales.

Los pesos extras que se obtuvieron en algo ayudaron a nuestra sobrevivencia, y por tanto yo no conocí bien la ciudad, no había tiempo, ni recursos para ello. La ciudad donde viví mis primeros veintidos años me era ajena.

De los alrededores de Taxqueña, de Ciudad Universitaria, de Coyoacán algo puedo platicar.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home